Sobre el cerro, a cielo abierto: historia de un barrio popular y sus escaleras eléctricas

Reportaje publicado originalmente en la edición 207 de la Revista El Malpensante (Colombia), con traducción al español de Andrés Hoyos.

Subyugado por grupos armados al margen de la ley y asolado por la mayor operación militar urbana en la historia de Colombia, el barrio Las Independencias, situado en la comuna 13 de Medellín, es hoy una especie de galería de grafitis a cielo abierto, cuyo acceso y tránsito se da por un sistema de escaleras mecánicas, las únicas del mundo instaladas en un tugurio.

Las Independencias. Image © Adriano Cirino

John Alexander Serna, “Chota”, de 28 años, es allí una celebridad. Surge de Graffilandia, la galería-café construida debajo de su casa, entre el tercer y el cuarto tramo del sistema de escaleras, y ​​luego es acosado frente a su mural Operación Orión por uno de los guías locales, quien durante esta mañana soleada de febrero acompaña a un grupo de turistas extranjeros en un graffitour por el barrio:

So, guys, we are very lucky today –anuncia el guía bilingüe, mientras trae a Chota hacia el centro de la medialuna que se forma delante de ambos y del mural–. I present you Chota, the artist of this painting and one of the biggest artists of comuna 13.

Algunos gringos le piden selfies, a lo que por unos instantes él se presta con simpatía, no obstante la prisa que tiene: otro grupo de turistas ya le aguarda en la Cabeza del Reversadero, la rotonda al pie del cerro, para presenciar la realización de una pintura en vivo como parte de un graffitour especial. Chota se abre paso entre los gringos, ingresa al tercer tramo de las escaleras eléctricas y comienza a descender hacia el Reversadero.

–Antes, el valor de lo que yo hacía no se notaba. Simplemente hacía grafitis para el barrio; casi nadie los veía, solo la misma comunidad –recuerda él, que pinta grafitis desde los 18 años–. Ya con las escaleras eléctricas empezamos a tener reconocimiento e incentivo, pues ellas garantizan el acceso al barrio y permiten que la gente de aquí exponga su trabajo o su arte a los extranjeros que nos visitan.

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Lo primero que causa impacto en Operación Orión, el referido mural de Chota, es el rostro de una mujer, del que escurre una lágrima y brotan algunas ramas. La cara es gris, pero los ojos son de color; a su lado, complementando la composición, lo que se ve es una mano que tira un par de dados sobre un aglomerado de casas típicas de un barrio popular. En el primer dado se puede leer “Com. 13”; en el segundo, “16. 10. 2002”.

Fue precisamente en esa fecha, el 16 de octubre de 2002, cuando el entonces presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez (2002-2010), a petición del entonces alcalde de Medellín, Luis Pérez Gutiérrez (2000-2003), ordenó la toma de la comuna 13 por el Ejército Nacional, la mayor operación militar urbana en la historia del país.

El Estado había perdido hacía mucho tiempo el monopolio de las armas y el control administrativo sobre esta zona escarpada y periférica de la ciudad, que fue ocupada por asentamientos informales desde finales de la década de 1970 y que se encontraba desde 1990 bajo el yugo de milicias urbanas del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Además, para contrarrestar estos grupos guerrilleros, fueron creadas allí, en 1996, las milicias de los Comandos Armados del Pueblo (CAP).

Entre tramos. Image © Adriano Cirino

En estos tiempos, la comunidad convivía con tiroteos y balas perdidas; con asesinatos a quemarropa y atentados con bombas; con desapariciones forzadas, con extorsiones y con reclutamiento de menores. Toda esa violencia se intensificó y llegó a su punto máximo a partir de 2000, cuando el Bloque Cacique Nutibara y otros grupos de paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) también empezaron a disputarse el control del territorio, incitando allí un fuego cruzado sin precedentes.

La Operación Orión, ocurrida entre el 16 y el 17 de octubre de 2002, tenía como propósito poner fin a este flagelo tras una serie de intentos militares –fallidos– por recuperar la comuna 13. Ordenada por Álvaro Uribe y sancionada por su ministra de Defensa, Marta Lucía Ramírez, luego de declarar el estado de excepción (coyuntura en la que los derechos y garantías constitucionales son temporalmente suspendidos), Orión inauguraba la política de Seguridad Democrática del recién posesionado presidente.

Con el objetivo de exterminar a las milicias del ELN, las FARC y los CAP, y de barrerlas del mapa de la comuna 13, la fuerza pública rodeó el cerro y, en una acción coordinada con paramilitares de las AUC, inició su embestida en las primeras horas de la madrugada. Fueron cuarenta horas de enfrentamientos en seis barrios (incluyendo Las Independencias), cuarenta horas de terror de las que resultó un saldo impreciso de muertos. Los registros oficiales registran 16 –cuatro militares, seis civiles y seis rebeldes–, mientras que el Centro Nacional de Memoria Histórica, entidad pública instituida mediante la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras de 2011, estima que fueron al menos 72 muertos y 300 desaparecidos.

A pesar de las divergencias entre estimaciones numéricas (que nunca dimensionan el drama vivido por el ser humano en una guerra), no quedan dudas de que fueron muchos los muertos fuera de combate y diversas las violaciones de derechos humanos cometidas por la fuerza pública: alianza con los paramilitares, torturas para la obtención de información, detenciones ilegales y desapariciones forzadas fueron prácticas sistemáticas de las que se valieron el Ejército Nacional y la Policía Metropolitana durante la Operación Orión.

Todavía hoy, las víctimas del conflicto siguen en busca de verdad, justicia y reparación por los abusos y excesos cometidos por el Estado. Y, todavía hoy, Orión divide opiniones: ¿a qué precio fueron eliminadas las milicias y recuperada la comuna 13? Para muchos, los fines no justificaban los medios de los que se valió el Estado. Para otros, fue una especie de remedio amargo y de último recurso, que terminó por liberar a la comunidad y la redimió del yugo de los grupos armados al margen de la ley, a los que se hallaba sometida hacía más de una década.

En todo caso –y esto no se discute– fue un parteaguas en la historia de la comuna 13, pues es evidente que hubo un antes y un después de la Operación Orión.

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Una vez en Medellín, el visitante debe tomar la línea B del metro hasta la estación San Javier y luego el bus 221i o el 225i, líneas alimentadoras. Así llegará fácilmente a este barrio de 14 mil habitantes, Las Independencias, uno de los 19 que conforman la comuna 13 (con 160 mil personas).

Escadas rolantes elétricas. Image © Adriano Cirino

Mientras Chota realiza al pie del cerro su live painting para unos gringos, allá en lo alto, donde el sexto y último tramo del sistema de escaleras eléctricas se conecta con el viaducto Media Ladera (un proyecto que busca unir las diferentes etapas de Las Independencias) y el Balcón de la 13, otros gringos hacen videos y aplauden el espectáculo de un grupo de breakdance conformado por jóvenes bailarines locales. Después, siguen su camino por el viaducto Media Ladera, un largo paseo en el cual se apilan tienditas de souvenirs montadas por comerciantes locales, y se ven más grafitis. Desde una de las tienditas, un vendedor anuncia:

–¡Tengo imanes, camisas, gorras, manillitas! ¡Mucho estilo, vean!

Es Víctor Mosquera, de 31 años, comerciante, rapero y grafitero; un negro alto de pelo crespo, nacido y criado, como Chota, en Las Independencias. Hace dos años, al darse cuenta de la creciente llegada de turistas al barrio, montó su negocio en el viaducto, donde inicialmente vendía frutas tropicales. Desde entonces, ha permanecido en el mismo punto, pero sustituyó la mercancía:

–Todas las camisas son personalizadas. Yo soy el que las diseña –afirma.

Fue una de las víctimas directas de la Operación Orión al ser alcanzado por una bala perdida, en su casa, cuando solo tenía 15 años. Con el balazo incrustado en la extremidad, recuerda las horas de martirio junto a su familia, bajo la cama, a la espera del alto al fuego o al menos de alguna tregua, para poder salir de la casa y dirigirse al hospital más cercano.

–Esa guerra nos indujo, más que otra cosa, a escribir, a volvernos artistas, a cantarle al barrio –dice–. Y a mí el balazo me hizo aferrarme más a la vida.

Con la captura, expulsión o exterminio de las milicias guerrilleras, y la posterior desmovilización de los paramilitares a fines de 2003 (negociada con el gobierno y que incluía algunas medidas de amnistía), el Estado ocupó por primera vez la comuna 13 y volvió los ojos hacia esta zona hasta entonces abandonada, segregada, marginada y estigmatizada, de la que siempre había estado ausente y con la que, por ello, acumulaba una enorme deuda histórica.

A la alcaldía de Luis Pérez Gutiérrez (2001-2003) siguió la de Sergio Fajardo (2004-2007), y a la adopción del plan de emergencia de atención a la crisis siguió en 2004 la implementación de los PUI (Proyectos Urbanos Integrales), cuyos pilotos sin embargo no tuvieron lugar en la comuna 13 sino en las comunas 1 y 2. Estas tenían entonces los índices de condición de vida (ICV) y de desarrollo humano (IDH) más bajos de todo el municipio de Medellín.

Los PUI son una política pública de urbanismo social adoptada por la administración municipal en convenio con la Empresa de Desarrollo Urbano (EDU), entidad pública encargada desde 1993 de las obras de infraestructura y la transformación urbana de Medellín. Serían, en síntesis, proyectos de intervención urbana, social e institucional llevados a cabo en zonas segregadas y marginadas de la ciudad, caracterizadas por altos niveles de pobreza y violencia. Prevista su conclusión para 2007, los PUI de las comunas 1 y 2 incluirían, entre otras obras, la reparación de calles y la construcción de parques y colegios públicos, además del Parque Biblioteca España y el metrocable Acevedo-Santo Domingo (línea K).

En el ínterin, a mediados de 2006, se encargaron nuevas intervenciones al ingeniero civil César Augusto Hernández, entonces gerente-director de los PUI, esta vez sí en la comuna 13. En aquel año, realizó las primeras visitas a la comunidad, recorriendo la zona en compañía de residentes a fin de reconocer el territorio, identificar las carencias y proponer soluciones.

La primera queja de la comunidad se refería al manejo de residuos sólidos –o sea a la problemática de basuras–, para el cual, según la EDU, se considerarían sistemas de poleas, toboganes y ductos con el fin de poder bajarlos desde la parte alta hasta la base del cerro. Según una nota de la empresa “... al diseñar un sistema para las basuras, surgió la idea de que también era posible diseñar algo que favoreciera la movilidad de las personas para que estas subieran y bajaran sin tanto esfuerzo y en condiciones óptimas. En los talleres de imaginarios se propusieron muchas alternativas: [entre ellas] un teleférico, que solo resolvía la problemática a medias, en vista de que el desplazamiento se daba de punto a punto y no permitía que las personas en la mitad del tramo contaran con el beneficio.”

Debido a las severas restricciones de movilidad y acceso que el relieve montañoso imponía a la comuna 13, muchos de sus habitantes vivían confinados en sus casas o limitados al perímetro de sus calles, imposibilitados para enfrentar las empinadas laderas de la zona (basta pensar en las madres gestantes, los ancianos, los asmáticos, los discapacitados y cualquier otra persona con la movilidad comprometida). Por ello, vivían también segregados del resto de la ciudad, apartados de sus múltiples espacios y servicios públicos.

Fue ante este escenario que a César Augusto se le vino a la cabeza una idea aparentemente tonta: ¿por qué no instalar escaleras eléctricas en el cerro? 

El ingeniero civil tenía un referente: las escaleras eléctricas del parque Güell de Barcelona, ​​instaladas a cielo abierto con el fin de facilitar el acceso de turistas a esta atracción del maestro Antoni Gaudí, situada en una abrupta colina de la ciudad catalana.

César Augusto le propuso la idea a Sergio Fajardo, pero el alcalde (a quien se le acercaba el final de su mandato) le sugirió presentársela a su sucesor, lo que el ingeniero hizo en abril de 2008. Alonso Salazar Jaramillo (2008-2011) al principio se resistió a la idea (pues le parecía más obvio invertir en un plan de viviendas para el sector), aunque acabó por ceder ante los argumentos del ingeniero. En El hombre que sembró una escalera eléctrica en la comuna 13, entrevista publicada por Kienyke en abril de 2013, Hernández dice:

“Al comienzo [el alcalde Salazar Jaramillo] me miraba como extrañado, pero después le fue gustando la idea. Le mostré un mapa urbano y los trazados de las escaleras para romper los guetos. Le dije también que cualquier alcalde hacía colegios, hospitales o parques, pero que él podría hacer algo inédito que rompiera la composición social y la reconstruyera, reduciendo la violencia y entregándole a la comuna una obra que le hiciera sentir lo que quizá nunca habían sentido: orgullo.”

En diciembre del año pasado, el arquitecto Juan Carlos Ayure, de 43 años, fundó SAG (Street Arquitectural Graffiti), una empresa familiar cuya sede coincide con el salón de belleza de su esposa en uno de los establecimientos situados a lo largo de la carrera 109, principal calle de acceso al barrio Las Independencias. Desde entonces empezó a ofrecer graffitours, pero con un toque inédito:

Graffitour. Image © Adriano Cirino

–Le metí un poquito de arquitectura –explica él, mientras se dirige al Coffee Shop Com. 13, una cafetería situada en la Cabeza del Reversadero.

Juan Carlos tiene el pelo ligeramente gris y lleva una camisa negra abotonada, jeans, mocasines beige y un reloj de pulso. Se sienta en una de las mesitas del balcón, pide a la camarera un tinto y le da una calada a su cigarrillo electrónico. Cuenta que actuó a través de una constructora privada contratada por la EDU para colaborar en la ejecución de las obras de remodelación del territorio e instalación de las escaleras mecánicas:

–Nosotros llegamos acá con un diseño final preliminar –recuerda, aunque aquello de “final preliminar” parecería una contradicción–. Lo que pasa es que en un sector como este, una comuna, cada semana surge un nuevo piso, una nueva vivienda. Por eso, parte de mi trabajo consistía en adaptar por el camino estos temas que en el papel son muy bonitos, pero que en la vida real son otra cosa.

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La obra de las escaleras eléctricas, técnicamente conocida como Sendero de Conexión Independencias 1, fue licitada y anunciada por la Alcaldía de Medellín a mediados de 2010 como una de las diversas intervenciones urbanas previstas por los PUI Comuna 13. Tras los estudios de los topógrafos, los ingenieros civiles y los arquitectos, que se habían aventurado a recorrer la zona acompañados por líderes comunitarios y asistentes sociales, se resolvió que la instalación del sistema se daría en el barrio Las Independencias y que esta intervención estaría articulada a otras obras de infraestructura –la del Paseo Urbano de la carrera 109, la del Reversadero, la del Balcón de la 13 y la del viaducto Media Ladera– de modo que, integradas, conformaran un circuito de acceso y de circulación para los habitantes del barrio.

–Esto era más que todo un proyecto de movilidad –asegura el arquitecto Juan Carlos Ayure–. Nadie pensaba que llegaría a ser turístico.

Antes de dar inicio a la compra y expropiación de viviendas (34 en total) que tendrían que ser demolidas para instalar el sistema, la EDU promovió una serie de campañas pedagógicas, reuniones masivas y asambleas comunitarias, con el fin de sensibilizar a la comunidad sobre los beneficios, el cuidado y los riesgos de la tecnología que pronto se introduciría en su territorio: las escaleras mecánicas.

Muchos habitantes del barrio, dado su grado de segregación, ni siquiera sabían de qué se trataba:

–A esa gente sin recursos, que no conoce lujos, que es de un estrato social muy bajo, ¿cómo le explicábamos que existen escaleras eléctricas y los convencíamos de que estas serían útiles para ellos? –pregunta Juan Carlos–. Nos tocó llevarlos a ciertos sitios, como centros comerciales, y empezar a enseñarles qué es eso, que no hay que tenerles miedo, que no se los van a comer, que no se los van a tragar, que no se van a caer...

Estas campañas pedagógicas promovidas por la EDU son parte del urbanismo social pedagógico que esta defiende. Se prevé la participación ciudadana en todas las etapas de las obras que se lleve a cabo en su territorio: en el antes (formulación), el durante (ejecución) y el después (mantenimiento). Con eso se busca generar en la comunidad sentido de pertenencia y de corresponsabilidad, de manera que se asegure la apropiación de la obra por parte de la misma y la sostenibilidad del proyecto. Tales son los objetivos de la EDU, reconocida en 2015 como “Una de las empresas más éticas del mundo” por el Ethisphere Institute.

Manutenção. Image © Adriano Cirino

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Las obras comenzaron en febrero de 2011. Tras la readecuación de las calzadas, la reposición de las redes de acueducto y alcantarillado, el reemplazo y reubicación de las redes eléctricas externas, la construcción de dos edificios públicos y de una terraza-mirador, la creación de espacios públicos amoblados y áreas verdes, así como el levantamiento de muros de contención, vino la instalación de las escaleras eléctricas y de su cubierta. El área total de intervención fue de 1.812 metros cuadrados, y las inversiones sobrepasaron los 12 mil millones de pesos de la época, según datos de la EDU.

El proceso no estuvo exento de contrariedades:

–Empezamos a subir y a contratar gente, esto se volvió una locura –recuerda Juan Carlos–. Los muchachos de la zona empezaron a enfrentarse y hubo balaceras durante el día. A veces alguien me llamaba y me decía “Jefe, ¡hay piñata!”. Entonces tocó colocar una sirena y decirles a los obreros: “Chicos, cuando escuchen la sirena, boten al piso lo que tengan que botar, no se cambien, váyanse con su ropa de trabajo para la casa”. Tocó activar la sirena muchas veces. Otras veces, estábamos trabajando y pasaba enfrente un muchacho cargando una metralleta ak-47.

Se contrataron cerca de 300 obreros, en su gran mayoría mano de obra local, no calificada, sin antecedentes penales.

Uno de los desafíos más hercúleos consistía en el transporte del sistema colina arriba (seis tramos dobles de escaleras mecánicas, cada uno con un peso de ocho a catorce toneladas), una montaña cuya pendiente tiene 45˚:

–Se pensó en subirlas y bajarlas con helicóptero, lo que era demasiado arriesgado teniendo en cuenta las viviendas que se encontraban debajo –recuerda el arquitecto–. De una u otra forma, se logró hacerlo por tierra.

El 25 de diciembre de 2011, diez meses después del inicio de las obras, las escaleras eléctricas fueron inauguradas como un sistema de transporte público gratuito del barrio Las Independencias. El clima era de fiesta, no solo con ocasión de la Navidad, sino también por inspiración de la jornada “Medellín se pinta de vida”, un programa municipal de revitalización de fachadas de casas populares que en ese momento se llevaba a cabo en la comuna 13.

Estuvo presente el alcalde Alonso Salazar, cuyo mandato se acercaba al final, así como la prensa y la comunidad, la cual hacía filas para ingresar al sistema y experimentar las tan esperadas escaleras mecánicas, aunque estas, en un primer momento, no contaran con los techos de acrílico y operaran solo tres horas al día (tiempo que se extendería de manera gradual, a medida que las obras concluyeron y el sistema probaba ser funcional).

Gestor pedagógico. Image © Adriano Cirino

El 6 de mayo de 2012, ya con los techos anaranjados, los jardines y el mobiliario urbano, fueron reinauguradas por el entonces recién posesionado Aníbal Gaviria Correa (2012-2015), en lo que sería una demostración de que a cada alcalde le corresponde una “rebanada de la torta”, pero también una prueba del compromiso de la administración municipal con la continuidad de la política pública de urbanismo social. En el ínterin, un contratiempo rapidamente superado con el incremento de fuerza pública en la zona: denúncias de apropiación de las escaleras eléctricas por parte de bandas delincuenciales que extorsionaban a los usuarios del sistema, cobrándoles peajes.

El sistema –compuesto por seis tramos dobles (subida y bajada) de escaleras eléctricas, con un total de 150 metros de extensión lineal longitudinal, inclinaciones de 30 y 35 grados y una velocidad de 30 metros por minuto (o de 0,5 metros por segundo)– había sustituido los 350 escalones de hormigón que antes debían enfrentar diariamente los habitantes de la parte alta del barrio (un ascenso equivalente a 20 pisos de un edificio). Esto les redujo el tiempo de viaje de unos 30 minutos a tan solo cinco, ahorrándoles también esfuerzos físicos y suelas de zapatos.

En adelante, los habitantes de Las Independencias ya no llegarían sudados y sin aliento a sus casas después de un día de trabajo: habían encontrado reposo en los escalones que se movían bajo sus pies.

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Actualmente, el sistema de escaleras eléctricas funciona en flujo ininterrumpido durante 16 horas diarias en días hábiles, y es administrado y operado por la empresa pública Terminales de Transporte de Medellín. De lunes a sábado, se activa a las 6:00 de la mañana y se desactiva a las 10:00 de la noche, mientras que los domingos y festivos se acorta el tiempo de funcionamiento, desde las 8:00 de la mañana hasta las 7:00 de la noche. Está cubierto, además, por Medellín Digital, la red pública de wifi de la administración municipal, la cual asegura a los habitantes del barrio –además de la conexión física proporcionada por las escaleras eléctricas– la conexión virtual.

En esta mañana de febrero, entre el segundo y tercer tramo del sistema –en un costado se ha situado la galería de grafitis de uno de los artistas locales y, en el otro, un establecimiento de cervezas micheladas–, Juan Karlos Zapata Holguín, de 31 años, un hombre robusto con overol amarillo y botas negras, empuña una hidrolavadora de alta presión.

–Hoy estamos lavando el sistema de las escaleras eléctricas y las zonas comunes –dice.

Él interrumpe a veces el chorro de agua para dar paso a los transeúntes, habitantes y visitantes, que suben y bajan, bajan y suben, ellos sí en un flujo incesante asegurado por las escaleras mecánicas.

–De las escaleras eléctricas se beneficia el que quiera –afirma–. Tanto en términos de movilidad como económicamente. Mira que las casas se volvieron negocios, y que en este momento cualquier persona del barrio se puede volver guía. Para eso se necesita simplemente tener buena educación (o sea, saber cómo tratar a las personas) y conocer la historia del barrio. La única cosa que se pide es que no traigas gente para acá a contarle mentiras.

En este momento, se acerca a la plataforma de desembarco del segundo tramo del sistema y ayuda a una señora que casi tropieza:

–Estas escaleras se ven tan inofensivas, pero pueden ser peligrosas –comenta.

Y sí, a juzgar por los avisos con instrucciones fijados en las plataformas de embarque y desembarque de las escaleras mecánicas:

“¡Tenga cuidado!

Siga las instrucciones al usar estas escaleras:

Prohibido apoyarse o sentarse en el pasamanos o el escalón; prohibido que los niños jueguen en los equipos; apártese de los extremos; amárrese los cordones; despeje las escaleras después de usarlas; no lleve objetos sobre el pasamanos; no lleve coches de niños; lleve los niños pequeños en brazos; no camine en sentido contrario; sujétese bien; tome a los niños de la mano; sostenga las mascotas en sus brazos; mire siempre al frente; cuidado cuando suba y baje; precaución con zapatillas de suela blanda.

Prevenga accidentes.

[Aviso de Schindler Andino]”

–Las normas son por dos motivos: evitar accidentes y evitar el desgaste de los equipos –explica Juan–. Nosotros tenemos un dicho aquí: “Si las escaleras te están subiendo, no tienes necesidad de caminar”.

Su colega, David Andrés Zapata Alzate, de 26 años, explica:

–En este lugar exigimos, como norma, no subir los escalones, lo cual mitiga los riesgos. No es una norma que se encuentre legible en el cartel de instrucciones, pero es una cultura que creamos verbalmente para que las personas tomen conciencia. Tenemos que cambiar esta mentalidad de andar siempre sobre el tiempo.

Él también creció en el barrio bajo el dominio de las guerrillas y de los paramilitares; fue testigo de Orión cuando era niño y participó como obrero en la instalación de las escaleras mecánicas al completar la mayoría de edad, y luego se empleó como auxiliar operativo y gestor pedagógico del sistema. En este comienzo de la tarde, aguarda el final de su turno entre el tercer y cuarto tramo de las escaleras mecánicas, mientras observa el tráfico de pasajeros:

–Nuestra función principal es velar por la seguridad del usuario –dice David Andrés–. Mirar si las personas que van a ingresar a las escaleras cuentan con sus cinco sentidos, si no están mareadas. Si alguna persona tiene movilidad reducida nuestra función es ayudarle.

Pai e filho. Image © Adriano Cirino

Son en total quince auxiliares operativos (popularmente conocidos como “gestores pedagógicos”) al servicio de Terminales, los cuales se turnan en los tramos, de modo que cada gestor cuide uno de los seis tramos dobles de escaleras mecánicas. Usan chalecos y gorras beige de la Alcaldía, jeans, riñoneras y botas negras; se identifican por las escarapelas y cuentan con libretas, bolígrafos y radiotransmisores. El trabajo consiste en operar el sistema (encender/apagar), tomar notas sobre la cantidad y la nacionalidad de los visitantes y, sobre todo, enseñar a los usuarios el uso correcto de las escaleras mecánicas, lo que según David Andrés presupone una vigilancia constante por parte de los gestores.

Al preguntarle por las instrucciones que más infringen los habitantes del barrio, responde:

–Hay que estar pendientes de las zapatillas con cordones sueltos, que pueden causar accidentes. Y también de las zapatillas blandas, los Crocs, porque las escaleras eléctricas te absorben el material y te pueden causar daño en los pies.

Los accidentes, según él, son muy raros pero ocurren:

–Principalmente se dan porque las personas van en el sentido contrario. Tropiezan y se golpean con el borde de los peldaños. Lo vemos más entre personas extranjeras que quieren buscar un poco de diversión.

–¿Cómo actúan en esos casos?

–Prestamos primeros auxilios. Tenemos capacitación para hacerlo en caso de cualquier accidente: fracturas, heridas abiertas, quemaduras.

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Desde que Medellín redujo drásticamente sus índices de criminalidad (la tasa de homicidios bajó el 80% entre 1991 y 2010) y fue elegida en 2013 como “la ciudad más innovadora del mundo” en un concurso anual promovido por Citigroup, el Wall Street Journal y el Urban Land Institute, crecientes oleadas de turistas la visitan. Provienen de todas partes del mundo, ya no (o no solo) interesados ​​en el narcoturismo y en el turismo sexual que aún perduran en la ciudad, o en sus ya tradicionales Pueblito Paisa y plaza Botero, sino en las obras públicas de urbanismo social que la renovaron en los últimos años: plazas, parques-biblioteca, su metro de superficie, teleféricos y escaleras eléctricas en las comunas.

Según datos del Sistema de Indicadores Turísticos de Medellín y Antioquia (SITUR), en colaboración con Fenalco-Antioquia, como lugar turístico, las escaleras eléctricas de la comuna 13 recibieron un total aproximado de 170 mil visitantes en 2018, el 70% de ellos extranjeros. Para efectos de comparación, solo en el mes de enero del presente año, 2019, tuvo cerca de 40 mil visitantes (casi el triple de la población del barrio Las Independencias), consolidándose, con tendencia alcista, como uno de los mayores atractivos turísticos de Medellín.

El barrio, en términos generales, no parece sentirse invadido:

–Para muchas comunidades, esto sería estresante: “¿Por qué no puedo caminar por mi barrio?”, pensarían. Pero aquí no pasa eso –afirma David Andrés.

Sin embargo, la falta de privacidad sí ofende a algunas personas:

–Los turistas suben para tomar fotos, ¿y qué ponen allá los moradores? ¡Su ropa! –observa el arquitecto Juan Carlos–. O entonces, por la mañana, salen en piyama y chanclas a comprar pan para el desayuno y les da pena, porque ahí está el turista, tomando fotos... Es una contradicción: o sea, se quejan, pero les gusta, porque su negocio está vendiendo –resume.

Otra contradicción: mientras algunos vecinos celebran la valorización de sus inmuebles, otros ya reclaman por el alza en los precios y en el costo de vida.

Black&White. Image © Adriano Cirino

Todo indica que Las Independencias es hoy una comunidad en la que el localismo y el cosmopolitismo se cruzan, chocan y se funden en procesos de hibridación y transculturación. Esto se observa, por ejemplo, en los extranjerismos que dan nombre a prácticas, grupos artísticos y establecimientos locales (Graffitour, Black & White, Coffee Shop Com. 13). En este barrio, los muros marcados por disparos se transforman estando en manos de los artistas, que ven en ellos lienzos, páginas de su reciente historia de superación, impregnados de belleza y memoria. Las viviendas, a su vez, se convierten en negocios diversos (barberías, tiendas de comestibles, de ropa y souvenirs, bares, galerías), impulsados ​​por olas de turistas extranjeros que, en compañía de guías locales bilingües, transitan por la zona a través del sistema de escaleras mecánicas instalado sobre el cerro y admiran allí las múltiples facetas de la cultura hip-hop (el grafiti, el rap, el breakdance).

Al principio fue la guerra. Después vinieron el arte, la tecnología, el turismo.

Turismo. Image © Adriano Cirino

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En el prólogo de Un mundo lleno de futuro: diez crónicas de América Latina (Planeta, 2017), antología editada por Leila Guerriero, la periodista y cronista argentina escribe:

“En aquellos y en estos tiempos los inventos mayores –la penicilina– conviven con los inventos menores –las maletas con rueditas– y los intermedios –el GPS–, pero es muy difícil evaluar cuán revolucionario es un invento cuando uno es contemporáneo de él, y casi imposible predecir las ondas concéntricas que producirá –o no– expandiéndose hacia los confines de la historia. ¿Cómo saber cuáles de todas las cosas que se inventan hoy son las que nos cambiarán la vida mañana?”

Ahora bien, si las escaleras mecánicas de la comuna 13 de Medellín surgieron como un sistema de movilidad y un proyecto pedagógico, está claro que ya se han convertido también –dado que son únicas en el mundo– en atractivo turístico, generador de empleos y, consecuentemente, en motor económico y freno a la criminalidad (basta pensar en los obreros, gestores, comerciantes locales, artistas y guías turísticos que antes no existían allí, o cuyos talentos todavía no habían sido espoleados).

Estas escaleras mecánicas instaladas a cielo abierto en el seno de un barrio marginal, con el carácter de transporte público, gratuito y pedagógico, se cuentan entre los ejemplos más bellos de innovación urbana a partir de una necesidad social. Acortaron las distancias, rompieron fronteras y siguen ampliando horizontes. No solo conectaron un barrio popular con los demás sectores de la ciudad, sino también con el mundo.

Sobre el autor
Nacido en Belo Horizonte, Adriano Cirino, de 24, es un periodista graduado de la UFMG (Universidad Federal de Minas Gerais) y autor del libro "Nos bastidores de ‘Escobar’ & outras crônicas bogotanas" (Crivo Editorial, 2018). Se dedica a la redacción de crónicas, informes, perfiles y poesía, publicados por las revistas Piseagrama y El Malpensante (Colombia), el suplemento 'Pensar' del periódico Estado de Minas y Off Flip. Actualmente participa en el 30º Curso de Periodismo del Estado.

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Sobre este autor/a
Cita: Cirino, Adriano. "Sobre el cerro, a cielo abierto: historia de un barrio popular y sus escaleras eléctricas" 27 sep 2019. ArchDaily en Español. Accedido el . <https://www.archdaily.cl/cl/925471/sobre-el-cerro-a-cielo-abierto-historia-de-un-barrio-popular-y-sus-escaleras-electricas> ISSN 0719-8914

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